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Carmelo Arribas Pérez




 

Hace unos días se celebraba la festividad de S. Antón.  Parece ser, que el nombre de Antonio, es el más común en toda España, incluso más todavía que el de José (Pepe). ¿Y esto a qué se debe? A su popularidad, y esta, no es algo actual, porque este santo siempre ha sido patrón de los animales. Pero en la actualidad el animalismo ha adquirido unos niveles cada día mayores, pero referido fundamentalmente a ese cariño que  en una sociedad, individualista, y poco propicia a tener hijos, se ha volcado sobre los animales de compañía. Y es que hay un aspecto que se ha perdido en la sociedad actual, la cultura religiosa, y no es necesario,   ser un beato capillitas, ni tampoco un cristiano devoto, para conocer las tradiciones, que desde siglos han impregnado la vida de los ciudadanos, porque ahora, nadie es seguidor de los dioses romanos, sin embargo, visitar un Museo más aún si es  Romano, y desconocer qué significan los dioses de la mitología, es perderse casi la totalidad de su significado, y apreciar, en todo caso, su estética, pero nada más.  Y S. Antón se ha convertido en un elemento simbólico importante, actualmente. Pero ¿Por qué?  Porque la sociedad actual ha pasado de ser humanista a animalista. Hay aspectos que nos muestran diariamente este hecho, y aparecen ante nuestros ojos.  Sólo hay que ver las estanterías de las tiendas, y supermercados en los que cada vez se van incrementando más las superficies ocupadas por elementos destinados a los animales de compañía,  que ya no son sólo los alimentos, o arenas para los gatos, o las correas, bozales, como siempre,  sino a cosas, como ropas, juguetes, y hasta libros que nos dicen cómo tratarlos o comprender sus reacciones. Todo esto, sin contar las clínicas veterinarias, que se han multiplicado. Por contrapartida las superficies de leches, papillas y objetos para los bebés, van cediéndoles su sitio. Y esto es, posiblemente, porque hay una cierta desconfianza en el futuro, tanto de la estabilidad de la pareja, en España de cada diez matrimonios que se producen, siete acaban en ruptura, del trabajo, de ahí el interés de conseguir una plaza de funcionario, y tener hijos con esta inestabilidad y la responsabilidad y el coste económico que conlleva, no está en la mente de muchas parejas, por lo que la emotividad personal, se vuelca en los animales de compañía.

Por esto, S. Antonio abad, ha implementado su popularidad precisamente por su patronazgo sobre los animales. Aunque ya antes, desde siglos, se trataba de uno de los santos más queridos. No hay pintor clásico que no lo haya representado, y la presencia de animales es lo que lo identifica, frente a otros. En algunos de ellos, como en el cuadro del Maestro de la Verónica, aparece bendiciendo toda clase de ellos, gallinas, burros, ovejas…Pero es que además las leyendas incluso cuentan,  que  en una ocasión se le acercó una jabalina con sus jabatos (que estaban ciegos), en actitud de súplica. Antonio curó la ceguera de los animales, y desde entonces la madre no se separó de él y le defendió de cualquier alimaña que se le acercara. ¿Entonces el cerdo que aparece junto a él, en todas las representaciones, es esa jabalina?  Pues no.

Una de las infecciones que se producen en los cereales, es el de un hongo de color negro que aparece en las espigas, el llamado, cornezuelo de centeno. ¿Y qué tiene que ver el cerdo con el cornezuelo?  Este, hongo tiene una sustancia llamada “ergotamina”, que  tiene la propiedad de contraer las fibras musculares lisas y las arteriolas, esto produce el de robo de flujo sanguíneo en las zonas distales (manos y pies) y posterior gangrena. Pero estas sustancias también tienen propiedades alucinógenas y hacían ver a los afectados, visiones. Y como cuentan los hagiógrafos, que S. Antonio fue tentado por extrañas y alucinatorias apariciones, de ahí, que esta enfermedad, basándose en esta circunstancia, acabara tomando el nombre del santo, «fuego de San Anton”.

Ante esta situación, surgió una orden de frailes, que tomaron el nombre de Antoninos, o Antonitas, como les llaman algunos, que cuidaban a estos enfermos. Ellos alimentaban a los enfermos, fundamentalmente con carne de cerdo, que andaban sueltos por la calle, para que los alimentara la gente, o los vendían, para que con el dinero, poder sufragar los gastos de la atención de los intoxicados.

De todos modos, la costumbre de dejar los cerdos en la calle, debía de ser muy habitual, raro es el mes ,  que en las Actas del Ayuntamiento de Mérida, al menos desde el s. XVI,  en el que no se ruega a los vecinos de Mérida que guarden los cerdos y que no los suelten por las calles, en alguna de las resoluciones, hasta se dice, que cualquier vecino que encuentre un cerdo en la calle, puede matarlo y quedárselo.
 Algunos enfermos se curaban, precisamente, por la ingestión de la carne del cerdo, y la grasa del mismo, que distribuían sobre las heridas, pero sobre todo al disminuir la cantidad de pan y derivados de los cereales que estaba infectado por el cornezuelo.

En el 1943, un químico suizo, Albert Hofman,  al entrar este en contacto con sus piel, y tener las alucinaciones, que sufrían aquellos enfermos y que exactamente no sabían a que se debían, pensó en descubrir en el hongo, la sustancia que la producía y sintetizó el LSD, un alucinógeno muy popular desde los años 60 al 90, y que además de  inspirar discos como  el de los Beattles, L (ucy) in the S(ky) with D (iamonds), en aquella época los hippies, solían hacer “viajes” sin necesidad de coger ningún medio de locomoción al uso, y en lugar de comprar un billete, para un avión, se compraban una pastillita, que les llevaba a viajes alucinantes, aunque en algunas ocasiones, se lanzaban desde balcones, y si el  despegue del viaje estaba muy alto, no solían tener retorno. Pero eso ya es otro tema.

Por ahora, quedémonos  con s. Antonio, y los animales que nos acompañan  y felicidades atrasadas a todos los Antonios.

 

Carmelo Arribas Pérez.


 

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