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Carmelo Arribas Pérez
Posiblemente, uno de los santos menos venerado sea, el primero que se produjo, al que Jesucristo santificó, cuando le dijo: (Lucas 23- 43) “En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso.”
¿Y quién era este santo?
Estuve viviendo varios años en Valencia, y en una de las visitas a la Catedral, ví en la Capilla del Cristo de la Buena Muerte, un cuadro que me impresionó, su autor Miguel Esteve, (S.XVI), a quien se le atribuye la autoría, es casi un desconocido en la historia del arte, aunque se trate de un pintor de una calidad extraordinaria. ¿ Y qué representa este cuadro? Posiblemente sea uno de los pocos dedicados a la muerte de S.Dimas, el Buen ladrón, pero a él solo, no en un calvario en compañía de Cristo y el mal ladrón.
¿Pero quién era S.Dimas?
El evangelio de S. Lucas, el evangelista, al que la tradición cree médico y pintor, y al que en un cuadro impresionante, Zurbarán lo coloca pintando en directo la crucifixión, obra que pese a que sólo tiene dos figuras, posee un misterio escondido, porque, según muchos estudiosos, el tal Lucas, representado ante Cristo pintándolo, es el mismo Zurbarán, lo que constituiría, posiblemente, su único autorretrato conocido, y nos presenta a un personaje lejos de la imagen casi velazqueña con la que nuestros artistas del terruño, ( véase la estatua de Zurbarán obra del escultor de Alburquerque, Aurelio Cabrera, (víctima, como otros tantos artistas de la represión de intelectuales en la Guerra Civil), en Fuente de Cantos, Badajoz, o Sevilla, situada en la plaza Pilatos, hecha en 1929. O la de Martín Chaparro, más reciente, de Llerena), lo han representado.
Este evangelista, nos relata los últimos momentos de Cristo en la cruz. La tradición dice, que su evangelio recoge la narración de los hechos surgida de labios de la misma Virgen, y en esta, describe el diálogo que Jesús mantuvo con los dos delincuentes que fueron condenados juntamente con él: (Lucas 23, 32-46) «Con Él llevaban dos malhechores para ser ejecutados. Cuando llegaron al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí, y a los dos malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda… Uno de los malhechores crucificados le insultaba, diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate, pues, a tí mismo y a nosotros. Pero el otro, tomando la palabra, le reprendía diciendo; Ni tú que estás sufriendo el mismo suplicio temes a Dios? En nosotros se cumple la justicia, pues recibimos el digno castigo de nuestras obras; pero este nada malo ha hecho. Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Él le dijo. En verdad te digo, hoy serás conmigo en el Paraíso. Era ya la hora de sexta, y las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta la hora de nona, oscurecióse el sol y el velo del Templo se rasgó por medio. Jesús dando una gran voz, dijo: Padre, en tus manos entrego mi espíritu; y diciendo esto, expiró»
Mateo (27; 50-51) lo corrobora y dice que: «El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo…»
Sin duda el relato del evangelista, es tan descriptivo, que bien podría ser materia de obligada lectura en institutos, universidades y facultades de periodismo, no como libro religioso, sino como modelo de relato de un acontecimiento, ya que nos hace sentir la escena como si nosotros mismos, nos encontrásemos presentes contemplando en directo los acontecimientos, y añadiendo algunos hechos que trascienden la mera descripción, para conducirnos a significados más profundos. Así, la hora sexta, que en nuestro horario correspondería aproximadamente, respecto al romano, a; si era verano de las 10, 44 a las 12, y si invierno de las 11,15 a las 12, nos da a entender que era mediodía, y por lo tanto debería hacer sol, sin embargo este se oculta, haciendo hincapié en un fenómeno meteorológico: la simbología astral era muy querida por los orientales, como elementos que mostraban algo mistérico, y trascendente, véanse, entre otros muchos, los relatos de la estrella de Belén tan cargada de significado. La oscuridad, es el símbolo del triunfo del mal o de malos augurios, y esta oscuridad durará hasta su muerte, a la hora nona, que para los romanos venía a ser; en verano de las 2,31 a las 3,45 y en invierno de las 1,29 a las 2,13. Cuando Cristo vence a la muerte, desaparecen las tinieblas, pero se rasga el velo del Templo. ¿Y porqué hacen esta referencia los evangelistas a tal hecho? ¿Qué quieren dar a entender?
En el Templo de Jerusalén había un velo que separaba el Lugar Santísimo donde moraba Dios, del resto del templo donde moraban los hombres. Sólo el Sumo sacerdote podía traspasarlo una vez al año, para hacer expiación por sus pecados y por los del pueblo. Este velo, según nos transmite el judío Flavio Josefo, (s.I), tendría unos 18 metros de altura y unos 10 centímetros de espesor, y nos dice, «que dos caballos atados a cada uno de sus extremos, no podrían rasgarlo». El Éxodo (26, 31) nos describe cómo era; «Haz también un velo de lino torzal, de púrpura violeta, púrpura escarlata, y carmesí, entretejido en tejido plumario figurando querubines… el velo servirá para separar el lugar santo del lugar santísimo.»
La muerte de Cristo rompía este velo, que simbolizaba la separación entre Dios y los hombres. Ya no necesitábamos los humanos ningún Sumo sacerdote que intercediera por nosotros, ya lo había hecho Cristo y el velo, estaba roto.
Pero ¿de dónde salen los nombres de los dos ladrones que fueron crucificados con Él y que como Dimas y Gestas nos han llegado a través de la tradición? Los Evangelios Apócrifos, que constituyen una fuente inapreciable, de donde ha bebido toda la tradición cristiana, nos dan una descripción más amplia y ponen nombres a ambos delincuentes, que aparecen innominados en los Evangelios canónicos.
La Pasión apócrifa, nos dice; «Y Dimas y Gestas, ambos malhechores, serán crucificados juntamente contigo». Nombres que se repiten varias veces en distintos pasajes, aunque en el «Evangelio de la Infancia», se les llama Tito y Dúmaco, sin que tales nombres hicieran fortuna, quizás porque carecían del doble sentido, que sin duda buscaron los anónimos escritores, para ambos ladrones.
Así estos nombres aparecen repetidamente, en varios lugares de los Evangelios Apócrifos; «El primero, llamado Gestas, solía dar muerte de espada a algunos viandantes”. Y evito relatar lo que se describe en los Apócrifos de la Pasión y Resurrección, con la declaración de José de Arimatea, porque es de un sadismo tan cruel, que yo creo que el escritor quiso dar la imagen más repugnante que se le ocurrió, para mostrar lo malvado que era. Y sigue narrando: “ Mas nunca conoció a Dios; no obedecía a las leyes y venía ejecutando tales acciones, violento como era, desde el principio de su vida.”
Pero el escritor da una visión totalmente distinta del otro ladrón. “Se llamaba Dimas, era de origen Galileo y poseía una posada. Atracaba a los ricos, pero a los pobres les favorecía. Aun siendo ladrón se parecía a Tobías, pues solía dar sepultura a los muertos. Se dedicaba a saquear a la turba de los judíos; robó los libros de la ley en Jerusalén, dejó desnuda a la hija de Caifás, que era a la sazón la sacerdotisa del santuario, y substrajo incluso el depósito secreto colocado por Salomón. Tales eran sus fechorías.»
Llama la atención la dicotomía entre ambos relatos, por una parte, la maldad y perversión de Gestas y por otra, aquellas cosas tan queridas para el pueblo; como era el robar a los ricos para darlo a los pobres, marcándole el camino al futuro Robin Hood; el relato antijudío, posiblemente un añadido, seguramente muy del gusto de la época en la que se hizo, ya que remarca que el buen ladrón era Galileo, robaba a los judíos, tenía una posada, lo que le dignifica, ya que uno de los deberes bíblicos más sagrados era la hospitalidad, y además, el escritor todavía ensalza aún más su figura, porque ha humillado a los judíos en lo más querido de su honor; los libros de la ley, y con la desnudez de la hija de Caifás, aporta ese dato de humillación del soberbio, tan del gusto siempre de la plebe, aunque nunca existiera tal cargo de sacerdotisa que le adjudica, por lo que era falso, aunque tal como nos cuenta Lucas, (Luc.2, 36) sí podía haber alguna mujer que se dedicase al cuidado del Templo, por devoción; «Había una profetisa Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, muy avanzada en años…No se apartaba del Templo, sirviendo con ayunos y oraciones noche y día», y finalmente; el legado de Salomón, lo más sagrado para los judíos.
Es evidente pues, que el nombre de Dimas es un nombre simbólico. ¿Qué puede significar? Los significados en griego son varios, desde: «Compañero ejemplar», hasta algo más sofisticado y etimológicamente más complejo y elaborado; como el que esta palabra esté compuesta de dos partes: La «Di», que bien podría ser el genitivo de Zeus,-Diós-, que ha pasado como tal palabra a la lengua castellana para denominar a la divinidad, y luego, el «mas», que podría provenir del verbo «manteuo», que significa: «declarar en oráculo, adivinar». Con lo que acabaríamos definiendo a Dímas como; «el adivino, o el que declara en un oráculo, de Dios», ya que realmente en la situación en la que se encontraba, es difícil creer, si no se está iluminado, que un condenado pueda serlo.
Y ¿Gestas? Mejor, lo dejaré para otro relato
Carmelo Arribas Pérez