Antonio Vélez Sánchez

Ex-alcalde de Mérida


Rafael Alberti, el excepcional poeta de la irrepetible Generación del Veintisiete que, en 1925, con veintidós años, consiguiera el Premio Nacional de Literatura por “Marinero en tierra” tuvo una importante relación con Mérida, algo que la mayoría de los emeritenses desconoce.

Alberti que durante la guerra había formado parte de la Alianza de Escritores Antifascistas, junto a Maria Zambrano, Ramón Gómez de la Serna, Miguel Hernández, Buñuel, Cernuda, Bergamín y Rosa Chacel, entre otros, se exilio a Paris y, enseguida a Chile, de la mano de Pablo Neruda. Luego, a Buenos Aires y Roma. En la “Ciudad Eterna”, Rafael y Rosa León viven en el laberíntico y popular barrio del Trastevere donde se las arreglaron como pudieron para sobrevivir, incluyendo, según cuentan sus cronistas, los “sablazos” puntuales a literatos o artistas en general. A pesar de ello es notorio que alimentaban, cada día, a dos docenas de gatos vagabundos, sobre los que escribe con profusión.

El dinero conseguido con el Premio Lenin de la Paz, en el sesenta y cinco, mejoró temporalmente su status, aunque bien es sabido que de la poesía no suele comerse con largueza. No obstante la extensa etapa romana del poeta resultó fundamental en su obra, recibiendo, entre otros premios, el prestigioso Roma de Literatura.

Rafael regresó a España, tras su larga ausencia, el veintisiete de Abril del setenta y siete. En Junio fue elegido Diputado, con el Partido Comunista, por Cádiz, para integrar las Cortes Constituyentes. En Octubre, renunció a su escaño para “reencontrarse con el pueblo y la literatura”.

La cuestión es que no le fue excesivamente bien y tuvo que rodar para garantizarse los recursos que necesitaba para aguantar con dignidad. En ese menester contó, entre algunos mas, con dos excepcionales “mentores” : Nuria Espert y Pepe Monleón.Ellos le dieron apoyo sin reservas, le propiciaron recitales, conciertos, homenajes y, sobre todo, cariño.

Mediados los ochenta, Monleón dirigía el Festival de Teatro Greco-Latino de Mérida. Fue cuando Rafael Alberti comenzó a frecuentar la Ciudad con relativa regularidad. Por entonces la Orquesta de laúdes de “Roberto Grandio” daba conciertos con artistas del fuelle de Iturralde o José Nieto. Con ellos actuó Alberti por estas y otras latitudes, como hizo recitales poéticos con acompañamientos mas sencillos. Centenares de veces, durante aquellos años previos a su estabilidad definitiva.

Cuando venia a Mérida se alojaba en Las Lomas, donde Monleon tenia su cuartel general. A veces me acercaba a almorzar con ellos, un ritual que, entre la sencillez gastronómica, nivel menú del día, resultaba de lo mas gratificante, entre el experto teatral y el pintoresco escritor gaditano con sus camisolas de flores. Se me grabó una anécdota, referida a su estancia en Argentina y de cómo, a veces, se desplazaba al vecino puerto de Montevideo, para dar la bienvenida a barcos repletos de republicanos españoles. Como quiera que nuestro taco de cuatro letras lo tenían todo el día en la boca los exiliados, narraba divertido como el pueblo iba a recibir a los nuevos al grito de : ¡¡ Vamos a ver a los “coños republicanos”.

Algunas noches, de triste y riguroso invierno, iba a recogerlo para cenar, casi siempre en “El Antillano”. Subíamos los dos solitos, por Santa Eulalia, como almas en pena, mientras contados ciudadanos se acercaban al poeta a saludarle o pedirle un autógrafo, quizás por lo que ya dije sobre lo poco que da de si la poesía, en vida de los poetas. En aquel recogido y envolvente figón se deleitaba Rafael comiendo caldo de arroz, revueltos, ranas, callos y toda la picante casquería, mas propia de estómagos jóvenes. Una vez exclamó, mirándome muy serio y con ojos mas bien de “guindilla” : ¡¡ Alcalde, que muslos tienen estas ranas ¡¡. Y cuando le recriminaba, para que se atemperara, me respondía: ¡¡ Si tu supieras el hambre que pasamos nosotros, alrededor de la guerra, seguro que no me reñirías ¡¡. Sus andares eran de barco grande, característicos. El problema era cuando venia Monleón, porque emparedado, entre ellos, era yo propiamente un naufrago.

Rafael Alberti y Paco Ibáñez dieron un recital conjunto, bajo las columnas del “incomparable marco” la noche del dos de Agosto del ochenta y seis, con un publico enfervorizado cantando con ellos “A galopar”. Dos años después, el dos de Julio, se le tributó uno de los homenajes mas grandes que se le recuerdan. Allí estuvieron, participando a su lado, muchos amigos: Nuria, Sanlúcar, Maria Casares, Fernán Gómez, Rabal, Montserrat Caballé, Lluís Pascual, Manuela Vargas y tantos mas. Para esa ocasión escribió: “Casi todos los años, cuando hace la calor, incitado por el Teatro Romano de Mérida, acudo a sentarme en sus altas graderías para presenciar como entre aquellos arcos y columnatas la voz escénica mediterránea resuena maravillosamente”. E inmortalizó esas columnas en sus singulares bocetos.

Muchas veces me enfado conmigo, porque de aquellas horas compartidas, algunas en dual soledad, no guardó ni un dibujo del genial marinero Rafael Alberti, natural y vecino del Puerto de Santa Maria. Y del mundo. Se que no hubiera tenido el menor problema para que el poeta marcara algunos trazos y me los dedicara. Son cosas que pasan aunque me consuelo pensando que por entonces solo me interesaba disfrutar de aquella arrolladora locuacidad y de su memoria de otros tiempos. Mientras, al alimón, devorábamos ancas de ranas. En Mérida.



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