Antonio Vélez Sánchez 

Ex – Alcalde de Mérida

Ellos fueron otra historia, exhibiendo ese tono despreocupado que marcaba el contrapunto al pesado catalogo de responsabilidades que a nosotros, sus hermanos mayores, nos habían exigido. Fue el rol que nos tocó, la infancia a dos décadas de una guerra y una sociedad que no daba mas de si. Así es que la obsesión de los padres, desde que arrancaba la mañana, en radiofónico desayuno junto al negrito del Cola-Cao, era que estudiáramos para amarrar el porvenir, oposiciones de por medio, al banco por ejemplo, que había que ver como vivían esos trajeados “chupatintas” del Bilbao que estaban de huéspedes en una casa cercana y tanto interesaban a las modistillas de al lado.

Resultaba imposible que, en aquel caldo de cultivo social, nos identificáramos con los personajes de las películas con las que Elia Kazán había revolucionado el panorama, años atrás. Ni remotamente alcanzaríamos algún paralelismo con aquellos jóvenes de la “gran depresión” que inmortalizó “Esplendor en la yerba”. Sin embargo ellos, nuestros hermanos chicos, si que imitaban sus comportamientos irresponsables y geniales. Arrancaba la década de los setenta, con los planes de desarrollo ya cuajados y unos tecnócratas que habían liquidado la pesada herencia de la autarquía y el “estraperlo”.

El incipiente poderío económico de la ciudad se miraba en las aguas misteriosas de Proserpina y por ese tiempo ya habia allí un considerable catalogo residencial por el que navegaba, verano tras verano, la discreta opulencia de unas clases sociales que pretendían tocar la gloria, entre hamacas y mosquiteras. Algo parecido a lo que vimos, con cierto retraso, en “Rebelde sin causa” y “Al Este del Edén”, las películas con las que James Deán alcanzó la gloria, antes de romperse contra el asfalto, justo el año en el que nuestros tíos bailaban castamente con Jorge Sepúlveda y la Orquesta Topolino.
Allí en la Charca surgieron ellos, al compás de la década, moldeándose con la fuerza imparable de su juventud desenfadada y el espíritu de grupo, arropados por la coartada de unos progenitores que ya no les apretaban como a nosotros, tal vez porque nunca los padres, en tiempo de bonanza, encorsetan a sus alevines, sino que mas bien pretenden superar en ellos las carencias padecidas.

En los sótanos de un “chalet” instalaron su envolvente “Club Lago”, grabado al fuego en una tabla, entre cadenas, fetiches, posters psicodélicos y mil antigüedades. Tal vez desde ese enclave subterráneo pretendían emular, ingenuamente, a los melenudos chicos de Liverpool, aunque en honor de la verdad ni generalizaron el pelo largo, ni llegaron a engancharse, como nosotros, en los Beatles.

Su universo se centraba en otras músicas. Estaban los Rolling, venga a girar los “singles” de “Paint it black”, y el rock que hacia “Creedence Clearwater Revival”, con el poderío de su guitarrista Tom Fogerty que tanto alucinaba a Tomás Molinero, el “viejo” de la pandilla. Se apaciguaban con los mil registros de la voz de Nilson y los mas críos suspiraban con Jeannette y su “Soy rebelde”, mientras “Richi” Sánchez imitaba el “glamour” de un Nino Bravo que triunfaba en la sede oficial del Club con “Noelia” y “Te quiero, te quiero”.

Gracias a ellos supimos nosotros, tan absorbidos por lo utilitario, que había un tipo de Minnesota que hacia “folk”, acompañado de su guitarra. Y que publicaba libros de poemas que mis hermanos amontonaban, con desordenada devoción, junto al material rotatorio del tocadiscos que habitaba en aquel sótano. Así terminaríamos acercándonos a Bob Dylan, que llevaba ya algunos años sembrando por el mundo su “Blowin in the Wind” y otros alegatos contra la guerra de Vietnam, al alimón con Joan Báez.

Recuerdo a todos aquellos críos, resultones ellos, radiantes las chicas, felices personajes de Steinbeck o Fitzgerald, galopando su juventud entre la indolencia y los chispazos creativos, como cuando fundaron un club de natación en una ciudad que no tenia piscina.

Luego la vida los trató como suele hacer la implacable y áspera vida, rompiendo sus afectos inmediatos, esos que debieron ser amores eternos, para dispersarlos por otros universos, por otras genéticas y por obligaciones prosaicas. Algo parecido a lo que les ocurrió a Natalie Wood y Warren Beatty, los protagonistas de aquel film que conmovió el corazón del mundo.

Pero a ellos, a la pandilla indolente del Club Lago, deberían servirles de consuelo los versos de Wordsworth, el poeta inglés con el que Kazán cimentó su película : “Cuando ya nada pueda devolver la hora del esplendor en la yerba, de la gloria en las flores, no hay que afligirse, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo”.

Aunque, a pesar de todos los bálsamos, nunca Proserpina podrá ser igual sin su bulliciosa presencia. Ni Mérida vivirá sobre el reflejo de tantas ilusiones colectivas, como en aquellos años de promesas.

About Mérida Digital

Toda la información relacionada con Mérida y su Comarca

View all posts by Mérida Digital

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.